Mucho tiempo sin escribir prosa, sobre todo por aquí,
hoy vuelvo y lo hago con una colaboración especial…
Escribiendo a cuatro manos.
Partiendo de la frase "La última vez que se vieron eran todavía adolescentes",
propuesta en El CuentaCuentos.
La última vez que se vieron eran todavía adolescentes. Apenas habían pasado unos años desde la última vez que habían estado en contacto, pero estar en contacto no es solamente verse, y ellos, además, se habían visto poco. Los sueños de adolescentes, las ilusiones, se van con el tiempo, sobre todo cuando hay batallas de por medio.
Los recuerdos se quedan, permanecen, pero a medida que crecemos los dejamos hundidos, dentro de nuestro ser, como pieles de serpiente que no se desprenden pero quedan enterradas por nuevas y mejores escamas… Lo romántico y platónico de la adolescencia se convierte en pasado en el futuro… pero cuando el azar, si es que es el azar, une a dos personas que están predestinadas, no hay guerra que pueda separarles…
Carla había sido una niña alegre, vestida por su madre con lacitos rosas y calcetines que siempre acababan descolocados y maltrechos, siempre corriendo por la calle. De pequeña parecía que no sabía hacer otra cosa más que correr, fuera para lo que fuera. Era un culo inquieto, que se dice, sin embargo, en el momento en el que estalló la contienda su ánimo cambió, y ahora, una vez acabada la guerra, se le podía ver pasar todas las tardes sentada, sin fuerzas y con gesto triste, en un banco del parque. Recordaba día tras día, noche tras noche, lo que había vivido durante aquellos años que parecían haberla envejecido y secado todas las ilusiones que de pequeña había tenido.
Estuvo ayudando en el hospital de campaña como enfermera, aunque su padre se negó completamente desde un principio. Carla sólo quería ayudar a aquellos jóvenes, moribundos, que entre gritos de dolor llamaban a sus madres, los que eran mayores, casados, llamaban a sus esposas, lejanas, ignorantes de que la parca estaba a punto de quitarles a sus amados de entre sus brazos. El rostro de Carla se tornó blanquecino, enfermizo, apenas comía, apenas dormía, ya no distinguía el día de la noche, sólo corría, yendo y viniendo, en un vano intento por arrebatar de las zarpas de la muerte a todos cuantos pudiera. Sonreía a los heridos como pudiera sonreír una calavera, fría, imperturbable, pero con una diminuta luz de esperanza al ver un atisbo de alegría en las ensangrentadas caras, en los ojos turbios y los rostros desencajados por el dolor; pero esa esperanza se desvanecía poco a poco mientras que la guerra no cesaba, los gritos no callaban, la sangre seguía empapando los suelos de baldosas blancas del hospital y el cuarto jinete se llevaba presuroso a los moribundos. Su ánimo se desvanecía, hasta que un día lo vio.
No serían más de las tres del medio día, los gemidos de los heridos, casi imperceptibles, agotados por el cansancio del paso inútil y monótono de los días, era lo único que rompía el silencio de una sala vacía de posibilidades –en cualquiera de los sentidos– antes de que él empezara a hablar.
– Todos estamos aquí por la misma razón, una inútil y vaga razón, pero una razón al fin y al cabo.
Carla levantó la cabeza, dormitaba sentada cuando escuchó al enfermo que tenía tumbado en la camilla improvisada a su lado. – ¿Cómo?
– Que todos estamos aquí por algo, por lo mismo, aunque no sepamos lo que es ese algo.
–¿Y qué es?
–¿No se lo he dicho?, no lo sé.
Carla se recostó y se acercó al soldado – Están aquí por toda esta maldita guerra… – dijo.
–No me refería al hospital, señorita. Me refería a la vida… a veces el estar en esta vida, pero tan paradójicamente tan cerca de la muerte te hace ver las cosas… de otra manera.
–Ah, ¿sí? – Pregunto escéptica Carla.
– Sí… bueno…, yo ahora mismo tengo la perspectiva de… de un hombre que está tumbado… –El hombre, cubierto de vendaje y sangre, sonrió. Hacía mucho que no veía nacer una sonrisa sincera de uno de sus pacientes, hacía mucho que no veía una sonrisa así de nadie… Entonces, como por contagio, sonrió ella también. Y sonrió ese día y muchos más que los siguieron hablando desde la perspectiva de un hombre tumbado unas veces, otras desde la de uno sentado. Desde la de las personas que eran, los niños que fueron o, incluso, imaginando cómo sería la que tendrían dentro de unos años que no sabrían si llegarían.
En ese tiempo Carla y el soldado se conocieron sin hablar apenas de sus vidas, sin hablar de nada transcendental y haciéndolo al mismo tiempo. No obstante, todo lo malo tiene su fin; la guerra en la que se habían visto inmersos “terminó” y él se fue recuperando. Cuando estuvo en condiciones de realizar un viaje largo lo trasladaron , pero lo hicieron un día y a una hora en la que Carla ni siquiera estaba en el hospital de campaña. No pudieron despedirse.
Carla se levantó del banco, y fue adentrándose en el único lugar donde siempre podía ir a despedirse de aquel hombre que le había hecho sonreír. A medida que avanzaba por el camino de cipreses su semblante, triste, cambiaba. Depositó suavemente las flores llenas de vitalidad, resplandecientes, pero seccionadas y arrancadas de la tierra, condenadas, pues, a perecer en el frío mármol junto a las otras rosas, que yacían ya marchitas, secas pero aún hermosas.
Carla se dio cuenta de que no había sido el destino quien junto sus vidas, ni el azar. La única fuerza que junta a dos espíritus hechos el uno para el otro es la muerte.
Darío y Ana.
Aplaudid o abuchead.
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Enhorabuena a ambos! Sobre todo por la ambientación y por la terna que rompe el binomio ella-él al que hay que añadir la muerte.Incluso añadiría un cuarto personaje,la guerra.La descripción del lugar contrasta con la ternura que envuelve aquel cruce de sonrisas,la vida,cuyo sentido no es morir,sino precisamente vivir.Y Carla vivió la vida y vivió la muerte.
Un abrazu a los dos!
*Y nunca marcharon las palabras de este espacio
Ay, que grato es volver a leeros y ver esta pedazo de historia, me ha encantado. No me esperaba la evolución de esta manera. Y la frase del final genial.
Enhorabuena a los dos!
Besitossssss
Me ha gustau mucho tu estilo a la hora de escribir (bno, o vuestro..por lo de cuatro manos), por su forma envolvente, por el uso de las comas, y a su vez la sencillez que escapa de las formas rígidas de teleoperadora.
y la historia está muy bien, muy entretenida. Sin embargo, hay cosas que no he podido creerme…la actitud vital de una persona de "culo inquieto", una niña alegre, es muy dificil que luego, con el tiempo, se ponga palida, y pierda el color y la sonrisa, sin una "explicacion de desgracia" muy contundente de por medio (ke seria hacer mas incapié en lo que le ha afectadod e la guerra)
por lo demás, el final muy bonito (pero ahora tocaría de nuevo adoptar una postura derrotista ante la vida, si lo unico que conseguía que esbozasemos sonrisas muere…y la personaje, por lo menos me lo parece a mi) se revela contra ello, va más allá, porqe es fuerte, porqe la niña alegre está en sus genes, y aunqe sea aprenderá algo bonito del recuerdo)
(iba a escribir algo muy parecido, con la guerra civil de por medio, y tras tres intentos frustrados, desistí…:(
asi que aplaudo tu relato, que me ha gustado enormemente, por ver en él el reflejo d elo que yo quería contar, y no pude, o no supe.
hasta la proxima cuentacuentos!
ciao