Sueños&Pesadillas (Relatos)
No es imprescindible, pero mejor si se ha leído antes "Lo llevaba en la sangre"
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Una mancha de vino en el mantel –y todo el mundo sabe lo difícil que es sacar una mancha de vino–, entre otras cosas, le ayuda a no olvidar la noche en que se derramó. Podría haberse deshecho de él, porque así no la iba a utilizar en ninguna otra ocasión, y porque aunque lo guarde como “recuerdo”, para que negarlo: es muy difícil que se olvide de aquello. De que llegó tarde después de toda una tarde preparando la cena, de las sonrisas, de su mentira. De la de los dos. De la de que todo seguiría siendo igual… A veces las promesas duran únicamente el tiempo que ocupan mientras se están diciendo; demasiadas veces.
Se habían agotado los detalles, las miradas cómplices, esas que les comunicaban sin pronunciar palabra; se les habían desviado del camino predeciblemente marcado. Y es que un siempre, igual que un nunca, no dura toda la vida. Simplemente había llegado tarde, pero demasiadas veces llegaba tarde, y ese fue el problema. Ese y que sólo se comunicaban con miradas, algo que puede sonar muy romántico, incluso hasta poético, pero que no es suficiente.
Durante la cena se sucedieron conversaciones, sí, y miradas de esas suyas, pero también un bombardeo incontrolable de imágenes y pensamientos en la cabeza de Laura –de cuya naturaleza no procede hablar ahora–. Parecía sacada de la habitación, exenta de todo aquello, como si el contexto que la rodeara tuviera un televisor que se olvidó apagar, al que no se le presta atención pero está ahí, de fondo, dotando de ambiente. Andrés sí hablaba, le contaba como de costumbre su día fuera de casa, la reunión con la profesora de los niños o lo dramático o anecdótico de la noticia del día. Mientras, entre frase y frase de él, al principio o al final, flashes del accidental asesinato que cometió hace ya tiempo le venían a la mente. Fue en una cama. Ya casi no follamos. Era casi un desconocido. ¿Acaso conozco al hombre que me está hablando? Laura procuraba concentrarse, pero no podía, le apetecía más volver a recrear en su mente lo sucedido aquella vez que escuchar como una panda de abogados se había enfrentado al camarero de la cafetería por… no atendió al porqué.
Laura se levantó de la mesa y fue directa a su marido, acallando su “aburrida” conversación con un beso que lo dejó sorprendido, paralizado. Lo llevaba pensando un rato ¿Y si lo beso? No, no es el momento. Pero, ¿quién dice cuándo es el momento? Le apetecía, y comprendió que si no lo hacía aquella monotonía les llevaría muy lejos de sus intenciones primeras, las que sellaron en el juzgado ante los testigos, de su matrimonio.
– ¡¿Qué haces?!
– Besarte, ¿no puedo?
– …
Al sentarse sobre él Laura se enganchó con el mantel y tiró todo al suelo. No importó. Se estaban redescubriendo, o al menos Andrés a Laura, que no conocía esa faceta suya. En realidad nadie conocía esa faceta de Laura, nadie vivo; tan sólo una persona hasta el momento la había conocido de forma tan pasional.
Andrés la alzó sobre la mesa, ella bajó la mirada al tiempo que entreabría las piernas, ceñidas en unas botas blancas casi hasta las rodillas. Le devolvió la mirada, aquello era un juego de dos, y deslizó las manos bajo la falda, por los muslos y hasta las caderas, donde se detuvo para palpar lo que tantos años había tenido junto a él y no había apreciado como debiera. Laura se reclinó provocando esa curva de la espalda que delata a una mujer excitada. Andrés entrelazo los dedos de las manos con las tiras de las bragas de su mujer. Las sintió finas y delicadas, y se las fue quitando poco a poco, como si se fueran a romper, describiendo a la vez cada cambio de dirección de sus curvas. Las rodillas, y una pausa; Laura hizo un ademán de juntarlas, pero duró el mismo tiempo que su cuerpo en darse cuenta de lo que no pasaría si lo hacía. Segundos, milésimas.
Al poco tiempo de comenzar a degustarla, a describirla, a recorrerla e inundarla, Laura se aferró a la mesa como si el mundo se le fuera a caer encima, o ella encima del mundo, clavando las uñas en la blanda madera y marcándola para la posterioridad. Para hacerles imaginar a sus hijos, cuando se escondieran a jugar bajo ella, que algún dragón o monstruo había estado por allí inspeccionando. Ambos tenían la respiración y el pulso tan acelerados que apenas se dieron cuenta del volumen que adquirió su gemido, el mismo que surgió al clavar las uñas en la mesa. Entonces perdió esa magnífica curva y se incorporó para felicitarle, o más bien agradecerle, con una pequeña sonrisa aquello a Andrés. Quería devorarlo. Devorarlo como aquella noche había devorado a Juan. La noche en la que, sin querer, lo mató.
Se reclinó sobre él y le beso, dulcemente, los labios, un beso, ninguno más, haciéndole girar poco a poco el cuello con las manos, mientras el ocupaba las suyas en otro lugar, para recrearse en él; en los centímetros que le distaban del cuello de la camisa al lóbulo de la oreja, en cada milímetro de esta, en sus recovecos. Y recorrerlos como sólo ella sabía: a contratiempos, ahora veloces, ahora lentos; con la lengua, con los labios, con los dedos,… con los dientes. Y morderlo. Entonces Laura se percató de que el sabor de Andrés había cambiado; se sobresaltó, no quería hacerlo otra vez. Había dejado de saberle a pasión, a juego, para saberle a sangre. Se le encogió el corazón y las manos le temblaron haciendo caer una de las copas sobre el mantel. Abrió los ojos y se vio allí, de nuevo, con Andrés dejándole de hablar del dichoso camarero para calmarla por su agitamiento.
– Si es por el mantel, no te preocupes, cariño. ¿Estás bien?
– Sí…
Pero ni siquiera sabía si era cierto. Estaba aún anonadada, pensando cómo le podía haber gustado, le gustaba, el sabor a sangre del sueño…
AnaB DzSz
www.anabeleita.es
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En su día colgé esta historia, pero ahora no la encuentro.
Aquí queda de nuevo :)
“Matar formaba parte de la naturaleza de Laura” Y, aún así, todavía no lo había hecho: matar a nadie.
Laura recreaba en su mente las historias sádicas que leía, los asesinatos que se sucedían día a día en los telediarios y los que, particularmente, se imaginaba llevados a cabo con sus propias manos. Pero no. Ella se resistía, quería esforzarse, engañándose a si misma, pensando que solo era un juego de su cerebro, un entretenimiento, al igual que las ideas de los optimistas o de los pesimistas, algo radical que solo pasaba por su mente, pero nada más.
Laura vivía sola en un pequeño apartamento. Y he dicho vivía, porque dormir nunca dormía sola. Fuera quién fuera, lo encontrara dónde lo encontrara siempre lo llevaba a su cama. Era su manera de liberar la tensión, de olvidarse del mundo y de pensar solo en ella. A esa hora, a la de follar, no le importaba nadie ni nada. Alto, bajo, gordo… daba igual, a la mañana siguiente ya se habría ido de su casa, de eso bien se ocupaba ella. El polvo de antes de dormir y el de por la mañana, que era el que más le gustaba. Pero este último pronto, que darse una ducha estando ya sola era un ritual, sentarse en la cama con el pelo mojado y tumbarse hacía atrás, mirando al techo. Le encantaban sus espejos del techo. Luego se ponía su traje y se iba a trabajar.
Interrumpimos la emisión de este programa para informarles de la desaparición de José Abascal Gutiérrez, de treinta y dos años de edad, en la población de Montilla. Si alguien sabe algo de él llame al número de teléfono que les ofrecemos en pantalla.
José Abascal era amigo, amigo con derecho a roce, de Laura. Compartieron vinos, sobremesas, postres y camas. Siempre con un hola, muchos besos –o lametazos– y pocas palabras. La cena en el restaurante ya no era necesaria. Ni los halagos, ni las excusas. Una llamada de teléfono, una respuesta de conformidad y el timbre de la puerta sonaba. No hacía falta más.
Noticias de última hora apuntan hacía la muerte del desaparecido. Su coche ha sido hallado a escasos kilómetros de la casa que compartía con su compañera sentimental, con los asientos manchados de sangre.
Ya no tenía a Abascal, pero daba igual. Llamaba a cualquier otro y listo. ¿A quién llamar esa mañana? La hora de la comida, el telediario dando más información sobre la muerte y Laura pensando a quién coño podía llamar ese día. Porque ese día había quedado con José.
Hace escasos minutos ha sido encontrado el cadáver cerca del domicilio familiar procediendo a la detención de María Ruiz, su esposa, como presunta culpable del homicidio.
Juan; Podía quedar con Juan. Ahí estaba… recogiendo los papeles de la oficina. Seguro que no tenía nada mejor que hacer esa tarde, y encima estaba bastante bueno. Eso de haber empezado a ir al gimnasio le había sentado bien. Si, Juan. No le hizo falta hablar, Laura hablaba con las miradas, y sabía hacerlo muy bien. Caminaron juntos hacía su casa, ni un roce, ni una caricia, ni un beso hasta llegar al ascensor.
La mujer de José Abascal ha confesado ser la autora del asesinato de su marido. Los hechos fueron llevados a cabo en el dormitorio de la pareja mientras él dormía.
En el ascensor las manos, y no solo las lenguas, se sumergieron en lugares aparentemente prohibidos por los trajes de oficina. Los dedos clavados en las paredes y una falda que subía. Séptimo piso y parada. Vuelta a la compostura, desarrugar las ropas y salir de ese cubículo. Saludo a la vecina, y Laura introduciendo la llave en la cerradura sin dejar de pensar en otra clase de penetración, en las que había tenido hasta entonces con José.
María no ha querido hacer más declaraciones por lo que se desconocen los motivos que la llevaron ha matar a su marido.
Las manos de Juan tocándola entera, los pechos, las piernas, el vientre. Deshaciéndose de sus ropas, rompiéndole las medias. Laura mordiéndole literalmente el cuello, bebiendo de su esencia, respirando el mismo perfume… que usaba José. Recorrieron sin despegarse y como animales la entrada, el pasillo y el salón. Juan la subió en lo alto de una butaca y bebió de ella lo que en años no había bebido. Y en la cabeza de Laura, José. José desnudo durmiendo, José desnudo asfixiado, José desnudo ensangrentado. José comiéndola entera. ¿Por qué no fui yo?
– ¡Debí haber sido yo! – Se le escapó de la boca mientras uno de los mejores orgasmos la recorría entera. Juan no dijo nada, solo sonrió –pobre iluso–.
Las miradas se volvieron más felinas si cabe, agresivas. Laura descendió de las alturas, terminó de deshacerse del sujetador y lo condujo de la mano, como si fuera una presa, hasta la habitación. Y allí él se dejo hacer. Y ella pensaba en cómo pudo haberlo hecho, en cómo lo habría matado, ¿Con las manos? Sus manos rasgaron los calzoncillos para abrirse paso. ¿Con un arma? Estaba deseosa por probar lo que Juan le cedía, su lengua nerviosa no le cogía ya en la boca. Y lo recorrió entero, casi con violencia. Subiendo y bajando, amasándolo con los dedos, estrujándole y probando el resultado con los labios. Sabor amargo pero dulce. Juan la miraba en el techo, la observaba más pasional que de costumbre, y le encantaba.
–Sube. – Y Laura subió y se sentó sobre él. En él, dentro de él. ¿Estaría así José antes de morir? Pensar en aquello la excitaba más aún. Esta vez no se balanceó, como de costumbre, lentamente en un ir y venir, en un disfrutar de sus movimientos, en un sigilo de sus caderas. Esta vez no. Esta vez lo miraba directamente a los ojos, y él a ella. Hasta que los cerró y empezó a confundir en sus oídos los gemidos de placer de él con los del dolor. Y no paró, y siguió más y mejor. Más aprisa, más veloz, más devoradora.
AnaB.DzSz
Apareció en el lujoso salón envuelta en un vestido de raso; le caía desde los hombros, ciñéndose a su cintura celosamente, dejando al descubierto tan sólo sus tobillos. El resto no hacía falta, su caminar hacía que se le adivinase; poca diferencia había entre lo que la imaginación de quienes la vieron creaba y lo que existía de verás.
Y, ahora, ahora es cuando todo se les desmantela y yo les descubro que no, que no era un lujoso salón, ni tan siquiera un atisbo de que lo hubiera sido algún vez. Era la entrada al comedor, el pasillo de una casa humilde que podría haber sido la suya, pero no lo era. Y tampoco era un vestido de raso. ¿O sí? Puede que sí, pero mucho me temo que no tal como lo han imaginado, y mucho menos a ella.
Laura era una mujer más bien rechoncha. De caderas anchas, bueno… de todo ancho, y poca estatura. Laura tenía el pelo de un rubio que no era ni mucho menos natural, pero tampoco de bote. Era un pelo estropeado por el sol y el mar. Le gustaba bajar a la playa siempre que podía, y podía casi siempre, pero no cuidarse.
Esa noche los rizos le brillaban. Parecían procedentes de un baño en oro, y no de horas perdidas en una playa solitaria. Vacía. Esa noche sus rizos jugaban entre sí, como ella había decidido jugar con la vida desde esa misma mañana. Fue un día de esos que algunas personas tienen muy a menudo y otras en rara ocasión –no suele existir término medio, tampoco extremos–. Un día de esos en los que uno se siente la persona más maravillosa del la faz de la tierra, capaz de arrasar con todo, de vencer al más poderoso y alzar al más vulnerable. De esos en los que no cuesta salir a la calle con la cabeza bien alta. De esos en los que podemos sentirnos guapos de verdad y, lo mejor de todo, desprenderlo.
“Sé que soy mucho más guapo cuando no me siento feo”, dice la canción que no me atrevo a desmentir. Yo hoy me siento guapa, Laura se lo sintió ese día. Decidió al despertar esa mañana, sin que nadie lo esperase, ser la persona más importante de su vida, dejándola de compartir tan sólo con el mar para ofrecerle una sonrisa al mundo entero. Y lo consiguió, porque sólo basta proponérselo.
No había un salón lujoso, ni tenía un vestido precioso o un cuerpo despampanante, cierto. Pero se tenía a ella, y lo redescubrió. Dueña de sí misma apagó las risas que se le conferían para encender la idea de que existía, en ese mismo salón en el que un día la perdió. Con las mismas personas que le ayudaron a perderla, y, la más importante de todas: ella.
Detrás de Laura puede que haya una gran historia, o no. Quizá un día la cuente; de momento el secreto se lo queda el mar que la arropaba y el sol que la acompañaban día tras día, las noches bañadas en lágrimas y el salón de sus tías. Vuestra imaginación puede hacer con todo ello lo que quiera, pero tened en cuenta que Laura ahora es Laura, y seguramente quiera que su historia se empiece a contar desde esa noche, anoche, en aquel lujoso salón.
AnaB.DzSz
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